Las hamburguesas nunca me han gustado mucho. Cuando era niña y mi mamá
las hacía para la comida, siempre prefería comer otra cosa (seguramente
corazones e higaditos de pollo, que era lo único que comía, horror). Luego
crecí y tuve que enfrentar mi aversión a la carne molida, pero nunca la acepté
como parte de mi menú. Y es que eso de que pase por un aparato que la haga puré
me causa conflicto, no puedo evitar acordarme de la escena de The Wall…
Fue hasta que mi novio me presentó unas hamburguesas que están cruzando
la calle de donde vive (ay sí, mi novio mi novio) que realmente las disfruté.
Un día, mi mamá hizo una receta que me hizo muy feliz: hamburguesas
vegetarianas que no sabían a cartón. Ya saben a cuáles me refiero, a esas de
soya que saben a todo menos a hamburguesa.
Las hamburguesas de mi mamá estaban suavecitas y jugosas, nada que ver
con las que sirven en los restaurantes vegetarianos. Así que ahí les va la
receta, para que la preparen y juzguen por ustedes mismos..
Ingredientes
2 zanahorias ralladas
2 calabacitas ralladas
Amaranto tostado
2 huevos
Pan molido
Aceite de oliva
Pan para hamburguesa
Preparación
Mezcla las verduras ralladas, agrega sal marina al
gusto (o salsa de soya) y amaranto tostado y toma un puñado; aprieta bien
para que escurra el agua y compacta, formando tortitas. Pasa por huevo y
empaniza. Coloca en una sartén con aceite caliente y fríe hasta que se
doren por ambos lados.
Puedes usar un pan de hamburguesa convencional, aunque yo
preferí de esos “Thins” de bimbo, son quesque más saludables. Para las papas fritas,
corta dos papas en tiras (ver foto) y sofríe en aceite de oliva. Quita el exceso de grasa con servilletas.
Sirve con mucha salsa catsup.
Y de postre, que nunca debe faltar, les recomiendo una rica natilla de cajeta.
Mientras leen mi sermón, pueden escuchar la linda canción que les dejé al final.
La lavanda me remite a tranquilidad, sosiego, tiempo para estar
conmigo misma… todo lo que en los últimos meses no he tenido. Vivo una paradoja
(y sé que no soy la única): trabajo y estudio para ser libre, para no depender
de una mano ajena que me alimente, pero paso mis días frente entre cuatro
paredes, frente a un monitor. No me tomen a mal, no me quejo de tener trabajo,
sino todo lo contrario.
Una de las
actividades que más extraño desde que me convertí en Godínez es cocinar. Sí
cocino, a veces, pero en las noches, cansada y con prisa. Antes pasaba tardes
enteras cocinando con Marluz, platicando, experimentando con sabores y
escuchando música de los Beatles. Pero
no me preocupo: esos días volverán cuando por fin vivamos en nuestra comuna
hippie, orgánica y autosustentable.
Mi ñoñez me dice que la cocina debería ser una actividad
terapéutica, energizante, revolucionaria… una actividad que implique los cinco
sentidos y que nos permita desarrollarlos; una relación comunitaria que se
exprese en la compra de ingredientes locales, la preparación de alimentos en
compañía de otros y su disfrute en colectivo. Si no es así, cocinar para mí pierde todo su sentido.
Cuando mi querida Pola me regaló una planta de lavanda, me
puse a imaginar qué podría hacer con ella. Galletas, una nieve, un pastel… la
verdad es que lo de menos era encontrar qué hacer con esta flor; me emocionaba
sobre todo planear, buscar los ingredientes, cocinar y compartir el resultado.
Comparto depa con una roomie, quien por cierto está de viaje, y no tengo nadie a quien
darle a probar mi experimento (suena en mi inconsciente la voz de mi hermana
que se ríe mientras murmura “Forever Alone”). Vengan a visitarme, vivo cerca.
Ingredientes
2 tazas de leche entera
1 cucharadita de vainilla natural
1 cucharada de flores de lavanda frescas
¾ taza de miel
de abeja
3 yemas de huevo
Una taza de nata líquida
(Ustedes perdonen que no utilice medidas exactas, como
mililitros y esas cosas, pero dejé mi taza medidora en casa de mi mamá e hice
la receta con viles tazas de té)
Preparación
Lo primero que tenemos que hacer es preparar una infusión de
leche con lavanda. Colocamos la leche en una olla pequeña, la calentamos y,
cuando esté a punto de hervir, agregamos las flores de lavanda previamente
lavadas y la vainilla líquida. Es importante no perder de vista la leche, pues
si hierve se separarán las proteínas de la grasa y tendremos como resultado una
mezcla nada agradable a la vista. Dejamos la infusión de lavanda unos 10
minutos y probamos. Si el sabor aún no nos convence, podemos dejar unos minutos
más. Cuando nos guste y nos sepa a lavanda, entonces podemos quitar las flores.
Por otro lado, batimos ligeramente los huevos y añadimos la
miel, revolvemos. Cuando la infusión de leche y lavanda esté fría, añadimos
lentamente a la mezcla de miel y seguimos revolviendo. Colocamos nuevamente en
la olla y calentamos a fuego medio hasta que espesa un poco.
Yo no encontré nata líquida; encontré de la espesa, así que
la metí unos segundos en el microondas. Ya que la mezcla de la olla está a
temperatura ambiente, mezclamos con la nata hasta obtener una pasta homogénea.
Colocamos sobre un refractario y metemos al congelador.
Si son cocineros nocturnos como yo, entonces nos vamos a la
cama, contamos borregos e intentamos dormir. Al día siguiente, sacamos la nieve
del congelador, dejamos unos minutos para que se derrita un poco y batimos.
Volvemos a meter al congelador un par de horas y sacamos unos minutos antes de
servir. Yo la decoré con un par de moras azules.
Como comprobarán si la hacen, esta nieve tiene un sabor muy
sutil, ligeramente perfumado y que no se asemeja a ningún otro. Si se les ocurre
alguna variación, les pido sean tan amables de compartirla conmigo. ¡Larga vida al helado!
Mis amigas bloggers hicieron sus propias creaciones con lavanda: unas cocinaron recetas, otras elaboraron manualidades, otras dieron rienda suelta a su imaginación y escribieron historias... Aquí las pueden visitar:
La tradicional sopa miso japonesa no puede faltar en el menú de los vegetarianos, mucho menos de los macrobióticos. Y es que lo tiene todo: proteínas, minerales y vitaminas. Es, sin duda, uno de los platillos más completos y nutritivos que existen.
Sus ingredientes principales (miso, tofu, algas marinas y hongos shiitake) pueden conseguirse en tiendas orientales. Yo conseguí el miso en una de las tantas tiendas coreanas de la Zona Rosa del D.F., pero también lo venden en supermercados japoneses (les recomiendo el que está en la esquina de División del Norte y Londres). Sin embargo, el mejor miso que he probado es mexicano: se llama Miso del Golfo y lo pueden conseguir en The Green Corner. Lo produce Pat Hayward –quien por cierto fue mi vecina mientras viví en el puerto de Veracruz– de manera orgánica. Allá, Pat también vende tofu y leche de soya frescos.
Los demás ingredientes son más fáciles de encontrar; el tofu ya lo venden en los supermercados. Pronto subiré otra entrada donde hablaré de las distintas marcas de tofu y cuál sirve para qué. La marca que mejor queda para la sopa miso es la Mori-Nu o la Silk, ambas las venden empaquetadas al vacío en lo súpers. Compren el que dice "Extra- firm", pues de lo contrario se les va a deshacer todo.
Ahora sí a lo que nos incumbe: cómo preparar esta maravilla de sopa.
Ingredientes
Pasta miso
Tofu firme
Hongos shiitake secos
Algas marinas secas (wakame)
Sal marina
Se pueden añadir cebollines rebanados, verduras y fideos cristalinos.
Preparación
Lo primero que tenemos que hacer es hidratar las algas y los hongos. Simplemente los ponemos a remojar en un recipiente con agua purificada; los dejamos unos 15 minutos hasta que los hongos estén esponjados y las algas, extendidas. No hay que tirar el caldo que resulte del remojo, pues nos servirá para dar sabor a la sopa (los japoneses llaman a este caldo dashi, y es la base de muchas de sus preparaciones).
Ponemos agua limpia al fuego; una vez que esté bien caliente, tomamos un poco en una taza y añadimos una o dos cucharadas de pasta miso. Revolvemos bien hasta disolver y regresamos el concentrado a la olla. Así continuamos hasta que el caldo obtenga el sabor deseado: hay que cuidar que no quede ni muy insípido ni muy salado. No debemos vaciar el miso directamente sobre el agua de la olla o difícilmente se disolverá.
Entonces añadimos sal marina para sazonar, los hongos shiitake y las algas hidratados con su caldo y el tofu partido en pequeños cuadros. Si queremos, podemos añadir ahora el fideo cristalino (de arroz), pues se cuece en unos pocos minutos. Las verduras tienen que cocerse desde el principio, antes que cualquier cosa.
Es importante que el miso no hierva o pierde sus propiedades. Cuando menos eso me dijeron mis maestros macrobióticos.
Se sirve de preferencia en un platón japonés (de esos hondos y pequeños) y con una cucharada también honda de cerámica.
Esta receta la hice una vez con Marluz, Carrie y Héctor. Le pusimos una cama de espinaca rallada antes de meterla al horno y quedó buenísima. Otro día, con Pola_Cocina_Asi, la volvimos a cocinar, pero esta vez con cebollas borettanas (unas pequeñas y amarillas) en lugar de cebollas normales. La acompañamos con arroz integral, una ensalada sencilla y unas cervezas de moras... uff, qué combinación.
Las cebollas borettanas las conseguí en el City Market de la Colonia del Valle. La miel de maple, el pimentón rojo y el salmón los compré ahí mismo (aguas, no confundir con el jarabe de maíz con sabor a maple que venden en el súper, el Caro).
Ingredientes
1/3 taza de cebollas borettanas o amarillas
1/3 taza de miel de maple
3 cucharadas de salsa de soya
1 diente de ajo
1 cucharada de ajonjolí tostado
300 gramos de filete de salmón con piel
pimentón rojo al gusto
Preparación
Primero, mezclamos la miel de maple con salsa de soya, el diente de ajo picado, ajonjolí y el pimentón rojo. Colocamos el salmón en un refractario con la piel hacia abajo y bañamos con la salsa.
Horneamos a 180 durante aproximadamente 20 minutos o hasta que el salmón se deshaga fácilmente con un tenedor.
A muchos, muchísimos, nos pasa: nos encantan los chilaquiles y las enchiladas pero no podemos comerlos porque nuestro estómago se pone (muy) de malas.
Para preparar unos chilaquiles
dignos de los dioses, hay que conseguir tortillas hechas a mano y cocidas
al calor del comal (yo las encuentro en un mercadito, las vende una señora). Si aún no saben hacerlos, yo no sé qué
esperan para aprender.
Chilaquiles verdes
Ingredientes
Tortillas hechas a mano (yo escogí unas de maíz azul)
Aceite de oliva extra virgen
Crema
Queso (fresco, del mercadito también)
Para la salsa:
Tomates verdes
Un manojo de cilantro
Cebolla
Ajo
Chile verde
Preparación
Cortamos las tortillas en tiras más o menos delgadas.
Ponemos aceite en una sartén y esperamos que se caliente; entonces, colocamos
las tiras de tortilla y freímos hasta que se doren. Quienes quieran preparar
una versión light, pueden hornear las tiras en lugar de freírlas.
Ya fritas, las colocamos sobre una servilla para que ésta
absorba el exceso de aceite.
Para hacer la salsa: licuamos los vegetales con un poco de
agua y sal marina. Si notan que no puse cantidades, es porque yo hago la salsa
al tanteo. Dependiendo de los sabores que me gusten, voy añadiendo tal o cual cosa.
La salsa tiene que quedar más o menos espesa, pero no tanto porque todavía
vamos a poner al fuego. Hervimos durante unos minutos hasta que el color verde
brillante se transforme en un verde más oscuro, y la salsa se haya espesado aún
más.
Entonces viene mi momento favorito: colocamos las tiras
crujientes de tortilla en un plato, cubrimos con la salsa y terminamos con
crema, queso y unas tiritas de cebolla. No se olviden de los frijolitos, plis.
Si quieren variaciones,pueden añadir flor de jamaica frita, granitos de elote o champiñones.
Si quieres comprar ingredientes orgánicos pero no tienes tiempo para visitar las tiendas especializadas,te sugerimos que veas esta lista de despensas orgánicas a domicilio.
Hace unos años viví en el puerto de Veracruz por un par de meses. Estudiaba sexto semestre en la universidad aquí en el D.F. y me fui de intercambio. Entonces era
estrictamente vegetariana (diría mi hermana: "no vegetariana, lo que le sigue"), y me preocupaba mucho no encontrar opciones saludables para
alimentarme. Pensaba que sólo iba a encontrar conchas con nata en el Café Jarocho... o tal vez eso era lo que mi inconsciente quería. Para mi sorpresa, encontré muchas personas interesadas en el
cuidado del medio ambiente y de la salud.
Una de ellas es Guadalupe Hernández, conocida por la gente
como GAPO. GAPO es dueña del rancho ecológico Agua Escondida. Junto con
su familia, ahí siembra vegetales orgánicos con los que después hace harinas, panes,
galletas, jabones, champúes para el cabello, cosméticos y cuanta cosa se puedan imaginar. Sí, hasta cremas antiacné.
GAPO tiene una tienda en Xalapa, Manantial de las Flores,
donde vende sus productos. Yo me pasaba horas oliendo los jabones, leyendo las
etiquetas y husmeando; después me gastaba ahí el poco dinero que tenía. Como
dato cultural, Manantial de las Flores también distribuye sus productos en el
D.F.; yo los he visto en La Casa del Pan y en The Green Corner.
Para no hacerles el cuento (más) largo: un día mientras curioseaba, encontré arrumbado en una esquina un recetario impreso en hojas recicladas. Las tapas eran cartones de leche de soya recicladas. Lo compré de inmediato y me
encontré con un verdadero tesoro: las recetas que GAPO solía elaborar en su
restaurante El Pan Nuestro, que desafortunadamente ya no existe.
Una de mis recetas favoritas es la crema de cebolla. La he
probado en muchos restaurantes y, sinceramente, ninguna me ha gustado tanto
como esta. Como soy bien compartida, aquí la tienen. No tiene caso que se quede
encerrada en un libro.
Ingredientes
2 cucharadas de mantequilla o aceite de maíz
2 cebollas rebanadas
1 cucharada (yo le pongo 2) de harina integral de trigo
6 tazas de agua o caldo de verduras
Sal marina y nuez moscada molida
1 taza de crema o yogurt natural
croutones
1 taza de queso rallado
Sofreímos las cebollas en la mantequilla; tapamos y dejamos
suavizar por 15 minutos. Agregamos la harina y revolvemos. Añadimos el agua o
caldo y hervimos a fuego lento durante 30 minutos. Entonces licuamos (yo sólo
tomo una parte, me gusta que queden algunas cebollas enteras). Regresamos a la
olla y sazonamos; llevamos de nuevo a un hervor. Agregamos la crema o el yogur
y servimos con croutones y queso.
Para hacer los croutones:
Tomamos un par de rebanadas de pan integral, las cortamos en
cuadritos y los “barnizamos” con aceite de oliva (para eso podemos usar una
brocha de cocina o un aceite en spray), les añadimos ajo aplastado y hierbas de
olor. Horneamos hasta que se doren.
Como ésta es una crema de cebolla a la mexicana, la sirvo con queso Oaxaca.